
Desde el escritorio de Emmanuel Cubillos Nieto
A los trece años comencé a tomar fotografías con una cámara de mi mamá; a los catorce tuve la mía; a los diecisiete supe que quería ser artista, y a los veinte decidí serlo.
Siempre me ha gustado lo aparentemente insignificante: los lugares donde no pasa nada, los pequeños gestos, las minúsculas partículas de polvo, las personas de carne y hueso, los fantasmas, las aves que se posan en la ventana, las formas de las nubes y esos pequeños destellos de belleza con los que uno se va encontrando. Varias de mis preguntas estarán siempre en el abundante cotidiano.
Soy un obsesionado del tiempo: intento congelarlo con la fotografía y alterarlo con el video. Mi obra parte siempre de un lugar propio. Hago arte para mí, aunque también para que otros puedan escuchar lo que yo escuché, ver lo que yo vi y sentir lo que yo sentí. Creo en la magia simpática, porque si un artista cree en ella, todo lo que haga, inevitablemente, se volverá realidad.
Hago películas, pero no busco ser director; tomo fotografías, pero no busco ser reportero. Hago arte por hacer arte. Me considero un artista amateur, no por falta de técnica, sino porque —en palabras de Maya Deren— el término amateur viene del amor. Un artista amateur, entonces, es aquel que hace arte por amor al arte.